Crítica sobre The Stanford Prison Experiment.
Fuera de cualquier contexto, las simulaciones de cualquier plan
de acción son retadoras. Resulta complicado equipararse a una realidad incisiva
siendo un imitador.
Inicialmente,
esta premisa es la que se le es mostrada a los estudiantes de la Universidad de Stanford, los cuales aceptan ser tratados y comportarse como prisioneros y guardias por un lapso de dos semanas, a cambio de retribución económica.
Con un cast de
jóvenes actores, algunos ya conocidos para la audiencia por trabajos anteriores
populares como Ezra Miller o Moisés Arias, la entrega promete desfasar el
concepto de la realidad y la imitación con una bestialidad un tanto
aberrante, pero que sin dudas da de que hablar.
¿Hasta qué punto un
contrato fijado debe seguirse, cumpliendo a cabalidad sus especificaciones sin
cuestionarse? Por más obediencia deba existir, las letras grandes y pequeñas
deben analizarse con ética y moral.
La
comunidad estudiantil tiene que debatirse entre las realidades que afrontan,
siguiendo un juego de vida que padece de efectos secundarios dañinos posibles
una vez acabe todo.
El
despotismo, la ira y la duda se posan en las mentes de quienes formaron parte
de un experimento que si bien iniciaron voluntariamente, terminaron el mismo en
condiciones muy diferentes a las que imaginaron y después de pasar por mucho.
Toda la prueba esta monitoreada por el profesor de psicología de la universidad junto a sus ayudantes, cuyo fin es probar si el sistema de una organización puede modificar a la larga el comportamiento de un ser vivo. El proyecto finalizaría por una perdida de control de todo el sistema.
La naturalidad con
la cual se relacionan a su papel dentro del papel en sí de estos jóvenes es
alucinante, además de ser complementados por una naturalidad perpleja de los
directivos del experimento. La ansiedad y tensión ante una práctica que va
desvaneciendo al planteamiento del problema van en aumento hasta que la cordura
de un sistema establecido empieza a verse vidriosa.
De resto, el juego
de cámaras, ambientación sonora y la luz tenue dentro de los "pasillos
universitarios" hacen juego con el concepto manejado desde el comienzo. El silencio es el mejor acompañante del cinismo y la evolución, algo que el joven director Kyle Patrick Álvarez tiene muy claro, y lo refleja en esta entrega.
Si no la han visto, la recomiendo totalmente. Una película que quizás es de lo mas envolvente del curso presente, y que vale la pena debatir sobre su mensaje. Ademas, sus incidencias son basadas en la vida real.
Mejor actuación: Michael Angarano. Posiblemente el que mejor se desenvolvió bajo una simulación que pese a todo, fue espontanea. Se conoció completamente a si mismo, y a pesar de cargar con una tiranía ajena, decidió completar su transformación, siguiendo a al pie de la letra las reglas del juego.
Puntuación: 7,8/10.
Miguelangel González.
Crítica sobre The Stanford Prison Experiment.
Reviewed by Paleta de ajo
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2:21 p.m.
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